Cuqui, HISTORIA DE UNA SUPERVIVIENTE

              Siempre adoré a los gorriones. De pequeña corría tras ellos anhelando poder coger uno para poder acariciar sus suaves plumas y luego soltarlo de nuevo, pero no me hizo falta mucho tiempo para entender que por mucho que lo intentase, aquello siempre iba a ser en vano, son sin duda alguna, listos, ágiles, impetuosos, capaces de vivir entre nosotros y no amedrentarse con nuestra presencia, pero ávidos para no dejarse coger jamás, pronto me resigné.


De vez en cuando alguien me traía alguna cría que encontraba, mamá le daba pan con leche, le llenábamos el buche con la ilusión de salvarlos y ponerlos grandotes, y nada, a los pocos días, se nos morían.
Tuvieron que pasar varios años para que pudiera por fin criar mi primer gorrión. Resultó ser un macho precioso, pero mi hermano, una calurosa tarde de verano, mientras él tomaba el fresquito en el suelo del salón, lo pisó sin querer, y lo perdimos.
Después llegó mi primera Cuqui, aquella gorrioncita era especial, estuvo conmigo 7 largos años. Indagando sobre ellos, he leído que es tal el apego que un gorrión puede llegar a tener por la persona que lo crió, que si deja de estar con él, puede llegar a morir, no sé si eso pasó con nuestra pequeña, pero me casé, y la dejé en casa de mis padres, a las tres semanas apareció muerta en su jaula. Ella conocía el motor de mi coche, y de madrugada se oían sus trinos desde la cocina, yo estudiaba y ella se recostaba entre las hojas de mis libros, cuando había que pasar hoja se enfadaba conmigo con aquel jolgorio tan suyo de "no me molestes"!


                           
Han pasado trece años y aunque en primavera siempre he ido atenta por si viese alguna pequeña cría caída de un árbol, nunca me encontré con ninguna, también era consciente de lo difícil que es sacar una adelante, pero siempre tuve la ilusión de encontrarme con alguna.






El año pasado, una calurosa tarde del 7 de junio del 2009, mi vecina nos mostró un pajarillo que había cogido caído en el suelo de un parque de la ciudad, llevaba horas con el polluelo entre las manos y no sabía qué hacer, me lo dio y confió en que yo pudiera hacer algo por él, pensando con rotundidad que al final se me moriría.
Yo no aposté porque aquel pichoncito viviese, ya tenía mucha pluma, y muy posiblemente se negase a abrir el pico para comer, además habían pasado muchas horas y ya casi ni abría los ojitos.
Le di agua de mi boca y la tomó. Pero sus ojitos casi ni se abrían, intenté darle un poco de pasta de cría que tenía en casa de una vez que intenté sacar adelante una cría de canario, pero el pico no lo abría, no sabía qué hacer, practicamente tiré la toalla. la recosté tapadita en un viejo nido que tenía, la tapé con algodones y la dejé, para qué martirizarla abriendole pico, llenandola de comida si estaba ya muy mal.
Me sentí triste,desolada. Aquella noche, debían ser las dos de la mañana cuando me conecté a internet y me puse a leer qué hacer en estos casos, lei algunos posts en los que decían cómo hacerlo, aunque no quiera, al menos intentarlo, abrirle el pico, ¿por qué no? no tenía ya nada que perder.
Fui a la cocina donde dormía la chiquitina, la tomé, le abrí el pico y con la ayuda de un palillo mondadientes le di unas motitas de pasta de cría remojada con agua, ¡y la tomó! le di sólo un poco, volví a meterla en el nido, le puse el algodón por encima, y me fui a la cama con la triste sensación de que al amanecer, ya no estaría viva.

Pero amaneció y aquella pajarilla continuaba allí medio adormilada tapadita entre algodones. Paco fue a la farmacia a por una jeringuilla, y comencé a prepararle una papillita de bolitas de perro trituradas remojadas con agua y pasta de cría, le di en el piquito con la punta de la jeringuilla, y lo abrió, fue su primera toma, aquello fue fantástico, la pequeñaja comía! y así, cada dos-tres horas, cada vez que le veía el buche vacío, allá que iba a darle su dósis de papilla, comía con una alegría voraz, no me lo podía creer.


Así de chiquita era Cuqui a los pocos días de estar en casa


Fueron pasando los días, compré una jaulita para ella, estaba abierta y dentro su nido, así la transportaba de la cocina al solito para que se calentase con los rayos del sol y lo agradecía.




Posiblemente de la caída del árbol, se le había torcido un dedito, al parecer lo tenía roto, me aconsejaron mil cosas, lo entablillé, pero nada, al final, siempre seguía torcido, y así se quedó.
Comía feliz, cada mañana nos levántabamos emocionados oyendo sus trinos desde la cocina, pero cuando llevaba algo más de una semana con nosotros, comencé a notar que nuestra pajarita, que por aquel entonces se llamaba Paquito, porque no sabíamos aun su sexo, perdía pluma, se estaba quedando calva, toda peladita. Lo consulté en foros de internet, incluso a mi veterinaria, y me comentaron que eso era a consecuencia de un piojillo y había que rociarla para eliminarla. Mi veterinaria me aconsejó una pomada, Tabernil, no quiero desde aquí reivindicar el mal que le hizo a nuestro pichón, pero el resultado fue desastroso. Nuestra pajarita se quemó totalmente, aquella mañana de domingo, la vi muy mal. Me desesperé, el pico se le había vuelto amarillento, la lengua blanca, y la mirada fija, como si fuera a morir de un momento a otro, temblaba, yo daba vueltas desesperada, no entendía nada. Ahora sé que sólo la salvó la fuerza interior de una cosita de pocos gramos, recuerdo que le acerqué su platito, pues ya tomaba la comida sólida, y con los ojitos cerrados y la cabeza caída hacia un lado, comía, poco, pero comió. La saqué al solito pero temblaba como un niño pequeño cuando lo acabas de sacar de la bañera y yo la arropé desesperada sabiendo que la perdía.
Era domingo y no podía acudir a ningún veterinario. Así que me conecté a internet y empecé a buscar veterinarios especializados en pájaros que pudieran ayudarme. Contacté con tres, todos me dijeron los mismo, aquella pomada que le había administrado y con la que había rociado toda mi pajarita contenía azufre en su composición y había sido un gran error, la piel se había quemado completamente y no apostaban porque pudiera salir de ésta un ser tan diminuto y frágil. Lo único que me aliviaba era que mi pajarita comía, y aunque se refugiaba entre los peluches de la habitación aterida de frío y dormía durante horas, aun estaba viva.


El domingo que estuvo mal, se refugió entre los peluches buscando calor y sólo dormía



Hasta que di con ella, desde aquí quiero agradecer los consejos de Cati Serra, una chica veterinaria de Mallorca, que me escribió y con la cual contacté días más tarde por teléfono, ella me indicó que le comprase: antiinflamatorio, (imaginaos las dósis tan diminutas), antibiótico, y desinfectante, fuimos a la farmacia a comprar todo aquello y comenzamos a darle las pequeñas dosis a Cuqui.


fotografías que le envié a Cati de la chiquitina, toda esa piel posteriormente la perdería



La piel empezó a caérsele a trocitos, como si fuese cuero quemado, no me importaba que nunca más le saliese su plumita, tendría una pajarita calva, me daba igual, pero la quería salvar a costa de lo que fuese. Cati me aseguró que perdería toda la piel, pero que poco a poco le saldría su piel nueva, y así fue, bajo la piel quemada aparecía una piel sonrosadita que poco a poco fue cubriéndose de plumitas, fue un proceso lento, pero lo conseguimos! nuestra pajarita se había salvado.


        Cuqui tras su primer baño, casi sin plumas y con el dedito entablillado, la pobre tenía de todo!



La soltaba en el jardín, revoloteaba toda flacucha casi sin plumas, y a los pocos minutos, venía presurosa hacia mí dando saltitos para refugiarse en mi falda, me daba pena cuando la veía tan feucha al lado de los demás gorriones, cuando la dejaba junto a ellos picoteando el pan o los granitos que les pongo a diario, ¡ni la miraban!


                                     Pobrecilla, parecía el pollito feo del cuento de Andersen



A comienzos de septiembre ya estaba claro que era una nena y se había cubierto de su primer plumaje joven.


Cuqui con toda su piel ya mudadita y sus nuevas plumas




Se fue cubriendo de plumas, y fue cambiando por días



A comienzos de la primavera volvió a  mudar sus plumitas y ahora es una pajarita alegre y cantarina, que nos despierta por las mañanas llamándonos para desayunar su diminuta ración de kelogs con Paco, que espera a que recoja la cocina para darse su buen chapuzón en su bañerita, y que se recuesta conmigo a la hora de la siesta en el sofá. En una palabra, es un ser diminuto que ha llenado la casa de trinos y de alegría, para otros sería simplemente un gorrión, pero para nosotros es mucho más, es nuestra pajarita y como tal, un miembro más al que queremos.
Un gorrión en casa puede llegar a vivir entre 10 y 14 años, ojalá ella viva todos esos años con nosotros, para mí ya es mi pequeña superviviente.